MI PEQUEÑO GRAN INFIERNO
Por Natalia Torres
IES Mediterráneo de Málaga, 4º ESO B.
Diciembre 2013
No sé muy bien cómo empezó esta historia, o tal vez ni siquiera crea oportuno recordarla. De lo único que me percato, es de la oscuridad que pudo envolver todo el salón de aquel lugar tan desconocido.
Cuando abrí los ojos, estaba sobre un sofá de un verde pálido, un tanto sucio e incómodo para mi gusto, pero la verdad, es que no me importaban a estas alturas esa clase de cosas, sólo deseaba respirar aire fresco. Justamente delante de mí había una ventana de buen tamaño y como ha de esperar intenté abrirla, mas no pude aunque lo intenté con todas mis fuerzas. Entonces me dirigí hacia la puerta rápidamente, me empezaba a sentir angustiada, exhausta e incluso me atrevo a decir, enfadada. Tampoco sé por qué en estos momentos refiero la palabra ‘puerta’… sinceramente donde esta debería de haber estado siempre, solo hallaba pared, una inmensa pared.
Un ruido atronador me despertó sobresaltada, levanté la vista y cuando quise dar cuenta una gruesa puerta empezaba a vislumbrarse detrás de mí. Un hombre de estatura pasable comenzó a pronunciar estas palabras:
-¡Oh!, ¡pero qué bien que estés aquí!, esto… ahora que formas parte de este lugar, no debes salir de este salón en tres días, por tu propio beneficio, si lo haces…sabrás a que te expones.
La puerta se cerró y allí me mantuve, quieta y en silencio. Tras cumplir mi relativa condena, salí al exterior para divisar el cielo, pero para mi completo asombro aquella oscuridad no paró de cesar. Me encontraba en una especie de ciudad subterránea, en la que las carreteras se sostenían por rocas y de la que todo el mundo desconocía su salida. La última vez que sentía los pies sobre el suelo, literalmente, estaba en compañía de Laura dirigiéndonos hacia mi casa. Pero en este caso, nunca llegamos a nuestro destino, porque este, nunca fue nuestro.
Recorrí toda la ciudad, cada esquina, cada hueco en busca de Laura o de alguien que me pudiese aportar algo útil y para mi poca suerte, la encontré, a ella y a su padre. La ansiedad no paró de apoderarse de nosotras, más aún cuando descubrimos que su padre era uno de aquellos hombres, pero que por asombro, o por horas dedicadas a la oración nos permitió salir por última vez al verdadero mundo. Y con ojos vendados nos enfrentamos ante la realidad.
Todavía recuerdo como el aire fresco se enlazaba en mi piel. Cruzamos la calle y pude observar que mis padres se encontraban en la acera adyacente.
En ese instante, pude deducir todo el dolor que sentiría el resto de mis días, al estar condenada, a pasar mi existencia en aquel pequeño gran infierno, del que no podría escapar jamás.
QUIERO SER YO RANA BUENA
Por Daniel BarrientosIES Mediterráneo de Málaga, 1º Bachillerato Ciencias
Diciembre 2013
Hace años, perdí el tiempo,
tiempo que no me sobraba,
siempre eran noches de invierno,
la luna, nos acechaba.
Dicho tiempo fue difícil,
recuperarlo después,
dando brincos como ranas,
lo vimos retroceder.
Y fue entonces, solo entonces,
cuando quise despertar,
mas no quise ser yo rana,
en extensa eternidad.
Ya no pude ver la mar,
y este cuerpo es mi condena,
eso sí, nunca me faltan,
insectos, almuerzo y cena.
Es tan sórdido pensar,
que ya nunca seré el mismo
y que todo lo que dije,
quede siempre en entre dicho.
Y me asfixio y me derrumbo,
como un castillo de arena,
pero ya sé lo que quiero,
quiero ser yo rana buena.
Sin embargo, oigo ruidos,
por las noches en esquinas,
de mi desértica mente,
cien mil clavos, mil espigas.
Vienen ejércitos llenos,
derrumbando a esta enemiga,
de alimañas cenagosas,
que niegan que sea yo vida.
Quise saber soportarlo,
y hacer frente a las heridas,
desollada era mi alma,
pero ésta sigue viva.
Su esencia sigue presente,
sigue intacta y con vigor,
es ejemplo de victoria,
y fuente de mi inspiración...